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Juan Goytisolo. Nomadeos, autoexilio y cigüeñas








Las cigüeñas

En el verano de 2010, en los días en que la selección española de fútbol jugaba la primera fase del Mundial de Sudáfrica, visitamos a Juan Goytisolo en Marrakech. La primera tarde, tras encontrarnos con él en el Café de France –escena ya mítica de las letras españolas-, dimos un paseo hasta la Place de Ferblentiers. Allí  nos enseñó una pintada en una fuente. Nada especial, alguien había escrito “Barçalona” con una pésima caligrafía. El autor de Juan sin tierra disfrutaba enseñándonos esa palabra, la que nombraba a su ciudad natal en una nueva acuñación de resonancias futbolísticas, en una plaza de la ciudad que había elegido para vivir y formar su tribu.
Luego subimos a una terraza desde donde podíamos ver los muros de lo que queda de El Badi, un palacio del siglo XVI inspirado en la Alhambra de Granada. No nos había llevado allí para ver los muros. Nos señalaba con el dedo las cigüeñas que anidaban en unos muros del mismo color que el palacio nazarí. Nos comentaba la vida social y erótica de las cigüeñas, sus crotoreos, sus rutas migratorias. Luego volvía a señalarlas con el índice, con el mismo gesto que utilizó en su cameo en la película de Godard Notre Musique (2004).
Visitar a Juan Goytisolo en Marrakech es una experiencia doble y dialógica. Pocos escritores peninsulares han podido desarrollar una biografía literaria tan rica en nomadeos y migraciones. Pocos han escrito dos densos tomos de memorias (Coto vedado, 1985, y En los reinos de taifa, 1986) en los que la confesión, como en los viejos maestros franceses e ingleses, se convierte en literatura y no en mero ajuste de cuentas. Aunque también hay algunas aclaraciones, no para levantar tribunales a la historia, mas bien con la intención, clara y definida,  de comprender el pasado, de dar un sentido novelesco a la historia. Su maestro en esta concepción del saber histórico ha sido siempre el exiliado Américo Castro, para quien la historia “no se explica, se comprende”.
Su casa en la medina de Marrakech es un oasis de paz y silencio en el que de vez en cuando aparecen algunos de los miembros de su “tribu”, así es como llama a la familia marroquí en la que se ha injertado. En el estudio hay fotos de Monique Lange y Jean Genet, sus guías parisinos en la construcción de una nueva identidad. También la imagen brutal del cuerpo abatido de Aslán Masjádov, independentista checheno asesinado en 2005. Chechenia es una de las patrias de adopción de Goytisolo, como Marrakech y Tánger, como París, como Estambul, como los Campos de Níjar o Sarajevo. Patrias que se remontan a las ensoñaciones infantiles junto a un mapamundi y a las primeras lecturas. Son los lugares –pueblos, ciudades, regiones- que han ido construyendo el amargo cosmopolitismo de Goytisolo “ante la furia ciega de la historia”.
A unos pasos de su casa, pasando por delante del decadente Cinema Eden, se llega a la plaza de Xemmá-El-Fna, literalmente “asamblea de los muertos” o “asamblea de los aniquilados”. Más que una plaza es un campo abierto a donde llegan gentes de muchos kilómetros a la redonda, punto de encuentro de habitantes del desierto, pícaros, vendedores, músicos, turistas, claro, y, hasta hace poco, de cuentacuentos. A ella ha dedicado muchas páginas el escritor que suele estar sentado en el Café de France, especialmente su Lectura del espacio de Xemaá-El-Fná (1996).


El murmullo de la historia

La obra novelística y ensayística del reciente Premio Cervantes Juan Goytisolo es una invitación, poco frecuente y necesaria, al diálogo histórico, filosófico, poético y, sobre todo, novelesco entre mundos que tiene un origen común y que han llegado a no reconocerse a fuerza de malinterpretarse. La construcción de formas que conviertan en imaginación una interpretación histórica se transforma a partir de Reivindicación del Conde don Julián (1970) en el proyecto artístico e intelectual de Goytisolo. La búsqueda de mundos lingüísticos, poéticos y eróticos comunes es el objeto de algunas sus novelas (Makbara, 1980;  Las virtudes del pájaro solitario, 1988; La cuarentena, 1991; Las semanas del jardín, 1997; Carajicomedia, 2000; Telón de boca, 2003; El exiliado de aquí y de allá, 2008) y de sus más importantes ensayos (España y los españoles, 1979; Crónicas sarracinas, 1982; El bosque de las letras, 1995; De la Ceca a la Meca. Aproximaciones al mundo islámico, 1997; El peaje de la vida, 2000; Contra las sagradas formas, 2007; o incluso sus Ensayos sobre José Ángel Valente, 2009). Un diálogo desde la novela, entendida como convivio artístico, que tiene sus bases en concepciones de la historia cultural que parten de Américo Castro y llegan a Edward Said (Goytisolo es el responsable de la presentación, “Un intelectual libre”, a la nueva edición española de Orientalismo (2002) y el propio Said señala, en su prólogo a esa edición, la obra Goytisolo como ejemplo de diálogo entre culturas), pasando por la erudición de filólogos como Francisco Márquez Villanueva y sus lecturas de La Celestina o Don Quijote.
Me pregunto por qué me gusta tanto cómo se define en sus memorias: “Castellano en Cataluña, afrancesado en España, español en Francia, latino en Norteamérica, nesrani en Marruecos y moro en todas partes, no tardaría en volverme a consecuencia de mi nomadeo y viajes en ese raro espécimen de escritor no reivindicado por nadie, ajeno y reacio a agrupaciones y categorías. El conflicto familiar entre dos culturas fue el primer indicativo, pienso ahora, de un proceso futuro de rupturas y tensiones dinámicas que me pondría extramuros de ideologías, sistemas o entidades abstractas caracterizados siempre por su autosuficiencia y circularidad". Quizá me guste tanto porque es una definición llena de energía en la que se invita a disfrutar del beneficio de la pérdida en un país donde siempre tienes la sensación de que hay que estar con unos o con otros, que no se puede ser transversal o ambiguo cuando las realidades son ambiguas y transversales.


Érase una vez

Hay otro cosmopolitismo en la obra de Juan Goytisolo: el de la infancia. Un territorio devastado por la Guerra Civil y marcado por la muerte de la madre, en un bombardeo de la aviación franquista sobre la ciudad de Barcelona en 1938. Sus primeras novelas investigan la geografía inocente, ma non troppo, de las infancias destruidas que, en modo sonámbulo, buscan una vida que merezca ser vivida. Duelo en el paraíso (1955) trata de un grupo de niños que tras la Guerra Civil se convierten en los dueños de una pequeña aldea del pirineo catalán. Sus juegos son tan crueles como los fueron los encontronazos de sus mayores en la contienda. De modo que esa aldea infantil, emancipada de los adultos, se va convirtiendo en una escuela de oscuridad moral al aire libre, como la infancia de los nazis en el film La cinta blanca (2009) de Michael Haneke.
            Si en sus inicios las novelas de Juan Goytisolo responden a una estética artística esa es la del compromiso social, defendida en su conocido ensayo Problemas de la novela publicado en 1959. A principios de los años sesenta viaja por tierras de Almería, una de las zonas más deprimidas de la España de esos años. Es un viaje paralelo al que hizo Buñuel a Las Hurdes en los años treinta y cuyo resultado es el falso documental Las Hurdes: tierra sin pan (1932). Goytisolo contó este viaje en su libro La Chanca publicado en Francia en 1962 y que circuló clandestinamente en España hasta que se pudo publicar en 1981. Veinte años después del viaje comentaba el autor que “las caminatas por la Chanca y sierra de Gata me pusieron por primera vez en contacto con la brutal problemática tercermundista: subdesarrollo, analfabetismo, injusticia, resignación, violencia institucionalizada” (Contracorrientes, 1985). Impresionado por la realidad observada en sus caminatas y conversaciones por los callejones de La Chanca, Goytisolo concluye en su libro: “Almería no es un provincia española. Almería es una posesión española ocupada militarmente por la Guardia Civil. Siglo tras siglo, la incuria de los sucesivos gobiernos ha arruinado sus primitivas fuentes de riqueza y la había reducido a su actual condición de colonia. El almeriense esclavizado en su patria chica emigra y es explotado aún en las regiones industriales de España”.
Será al final de la década siguiente cuando su vida y su obra se abran hacia lo diferente. Es el momento de la apertura, de la emergencia de lo sumergido, de la experimentación con las formas. La novela es entonces juego, parodia, recuerdo de las tradiciones reprimidas. El oído se especializa en la atención a nuevas formas de cultura, nuevas voces, nuevos idiomas, otros sexos. Ese periodo se inicia con Reivindicación del conde don Julián (publicada en México por Joaquín Mortiz en 1970; hay una nueva edición del 2000 con el título de Don Julián) y adquiere una nueva dimensión, si cabe más autobiográfica -también más autoparódica-, con Paisajes después de una batalla, publicada ya en Barcelona en 1982, año clave en la transición española: un partido supuestamente de izquierdas, el PSOE, gana las segundas elecciones generales de la joven democracia española. La oposición a Franco no sólo ha dejado la clandestinidad sino que ha accedido al poder. Por otro lado sus viajes a Cuba y la Unión Soviética le han ido apartando de una ortodoxia marxista que Juan Goytisolo empieza a rechazar por instinto.

La estética y la ética estética de Goytisolo, siguiendo la fórmula de Juan Ramón Jiménez, empiezan a articularse con una coherencia ensayística y narrativa que encuentra su apoyo, como hemos dicho, en la “imaginación histórica” de Américo Castro. En sus memorias asistimos a la iniciación en la apertura hacia lo diferente en sus encuentros con Jean Genet, las excursiones parisinas a los banlieues de inmigrantes magrebíes o en sus visitas a las tierras de Almería. El autor empieza a construirse una voz emigrada, exiliada y nómada. Su mundo novelesco e intelectual es un constante vagabundeo mediterráneo por las orillas de la ortodoxia cristiana, judía y musulmana. Nada más gozoso que encontrar modelos del pasado que elaboraron una identidad de frontera semejante: el arcipreste de Hita, San Juan de la Cruz, Cervantes, Blanco White o el propio Américo Castro. De acuerdo a esa ética estética los dos tomos de memorias (Coto vedado, 1985, y En los reinos de taifas, 1986) son excepcionales dentro del género en español. En sus páginas asistimos a cómo cada desarrollo de una nueva posibilidad estética va acompañada de un desarrollo paralelo de la personalidad. El protagonista, el Juan Goytisolo real, no deja de insistir en la íntima unión teleológica entre obra y vida, entre geografía y personalidad, entre escritura y sexo.


Literatura mudéjar

Goytisolo no es stricto sensu un exiliado, encaja mejor en la definición de autoexilio que Francisco Ayala, exiliado republicano español,  expresó en El escritor en la sociedad de masas (1958): “el escritor que por particular decisión se expatría, toma distancia, corre mundo, vive aparte y luego, al volver, se encuentra con que han mudado las cosas y, enseguida, al reflexionar sobre sí mismo, descubre que él también ha sufrido entre tanto mutaciones”. En efecto, los nomadeos de Goytisolo son inconscientes, siguen un instinto, pero también tienen una dimensión absolutamente racional: el deseo individual de ampliar el horizonte de la posguerra española. Esas décadas fueron tristes y miserables, puedo interpretarlas como una broma pesada de la historia que puede determinar la vida de un hombre. Como una broma inofensiva arruina la vida de Ludvik, el joven protagonista de La broma de Milan Kundera (1967): todo el aparato del estado estalinista es la gran broma histórica que puede aplastar al individuo y el joven Ludvik pagará muy caro su ingenuo sentido del humor.
Juan Goytisolo desarrolla una estrategia ética y estética para desligarse de la miseria moral del franquismo sin caer en ninguna ortodoxia alternativa, abriéndose a las posibilidades de la vida a través de un estilo mudéjar de mezcla, convivencia y mutuo enriquecimiento. El encuentro de una nueva identidad supone una ruptura crítica con el pasado, la posibilidad de imaginar otro futuro, como el que imagina Cernuda en sus poemas de exilio. A ese tipo de exiliado gozoso dedica algunas páginas Claudio Guillén en un libro imprescindible sobre la literatura del exilio universal, El sol de los desterrados: literatura y exilio (1995): “El ser humano conforme se muda de lugar y de sociedad, se encuentra en condiciones de descubrir o de comprender más profundamente todo cuanto tiene en común con los demás hombres, uniéndose a ellos más allá de las fronteras de lo local y de lo particular”. El exilio puede convertirse en una elegía sin fin, una nostalgia contaminante. Pero también, como ha recordado Muñoz Molina a propósito de Max Aub: “En la literatura, a diferencia de en la vida, no hay pasados obligatorios. Contra el pasado que fabrica la cultura franquista uno quería elegir otro, y lo buscaba a tientas, y elegía por casualidad y por instinto nombres proscritos en los que reconocerse” (Discurso de ingreso en la RAE, 1996).
La posibilidad de otro futuro pasa en Juan Goytisolo por la liberación del lenguaje y de las formas literarias. Stanley Black, en su estudio Juan Goytisolo and the Poetics of Contagion (2001) habla de sus dos libros de memorias como la crónica de un proceso subversivo de base lingüística. Perfecta definición para su obra a partir de mitad de los sesenta.
La identidad exiliada toma forma en el personaje de Álvaro Mendiola, que da nombre a la trilogía formada por Señas de identidad (1966), Reivindicación del conde don Julián (1970) y Juan sin tierra (1975). En esta última habla del proceso de explosión de la unidad en la forma novelesca, producto de la distancia tomada frente a la tradición y las ortodoxias críticas con la tradición: “dinamitar la inveterada noción del personaje de hueso y carne: substituyendo la progresión dramática del relato con un conjunto de agrupaciones textuales movidas por fuerza centrípeta única : núcleo organizador de la propia escritura, plumafuente genésica del proceso textual”.
Los resultados de esta subversión literaria, que primero es destructiva, serán las novelas que, a partir de los años ochenta, tratan de construir la nueva identidad del autor: Makbara (1980), Las virtudes del pájaro solitario (1988), La cuarentena (1991), El sitio de los sitios (1995), Las semanas del jardín (1997),  título también de una obra perdida de Cervantes, Carajicomedia (2000), la sorprendente Telón de boca (2003) y, la última por ahora, El exiliado de aquí y de allá (2008).
La etapa constructiva que empieza en los años ochenta supone para el autor y sus personajes la salida del laberinto y la desembocadura en la gran plaza. Lugar real, Xemáa-el-Fná, y lugar mental en el palimpsesto de sus obras. Nos señala las cigüeñas como nos señala a aquellos maestros de la heterodoxia que pueden facilitar el camino a un estilo mudéjar en el siglo XXI.
En aquella escena de Notre Musique de Godard, el escritor Juan Goytisolo recorre las ruinas de la Biblioteca Nacional de Sarajevo recitando un fragmento de Oppiano Licario (1977) de Lezama Lima: “Si nuestra época ha alcanzado una interminable [sic] fuerza de destrucción, hay que hacer la revolución que cree una indeterminable fuerza de creación, que fortalezca los recuerdos, que precise los sueños, que corporice las imágenes…” Goytisolo no es actor y se le nota. Hace de sí mismo, un sí mismo que es producto de la escritura aún más que de la historia. En un plano posterior, muy teatralmente, con el mismo gesto con el que nos mostraba las cigüeñas de los muros del palacio El Badi, su dedo índice señala algo: la cámara sigue la dirección de ese dedo hasta que nos muestra los restos de un almocárabe en uno de los muros de la Biblioteca. Restos de un estilo que no concibe la violencia como arma de las ideas.
En los días que lo vistamos en Marrakech Juan Goytisolo tenía entre manos varias lecturas. A una de ellas se refería con frecuencia, nos decía que debíamos buscar ese libro publicado por el propio autor y difícil de encontrar. Así lo hice al regreso, lo busqué y lo compré en internet. Adiós a dios (2009) es el título, Fernando Montaña el autor. Este tocayo del señor del castillo de la Montaña parte de una pregunta: “¿Cuánto hizo la Iglesia por la paz?” En el ensayo trata de responder a esa y otras preguntas sobre la fe y la ortodoxia. No solo me interesó sino que me resultó útil: estaba todavía en el proceso de transmitir a mi hijo una educación estrictamente laica en un país donde la religión está por todos lados y el pensamiento agnóstico o ateo nunca se ha encontrado muy a su gusto. Un país en el que los laicos suelen saber más de teología que los creyentes. Montaña denuncia como la Biblia ha sido secuestrada durante 1600 años por la Iglesia católica y, además, ha dejado de ser una guía para la vida: “Ciertos secretos y misterios de la vida –dice- están en la misma calle”.
A pesar de la defensa que hace el autor de la inutilidad en la Europa del euroconsumismo, yo encuentro muy útiles los dos tomos de memorias de Juan Goytisolo. Muy útiles para españoles que buscamos modelos de pensamiento libre. Muy útiles para aprender que, a veces, en algunas tierras, el autoexilio puede ser un reencuentro con la vida.






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