Como todos sabemos Valente fue un artista radical. Su obra y
su pensamiento están siempre rondando límites estéticos y morales, asumiendo el
pericoloso ejercicio del arte de la
poesía. Peligroso porque supone una
imaginación más profunda, una imaginación doble: a la vez consciente y
sonámbula, erudita y humilde.
Nuestra contemporaneidad es el feliz y oscuro reino de lo
obsoleto inmediato y lo prescindible. El origen etimológico de prescindible
remite al verbo latino scindere que
significa rajar, dividir, y también a praescindere
que significa separar, tomado en el sentido de separación mental. Así lo usa Santa Teresa según Joan Corominas
en su Diccionario crítico etimológico de
la lengua castellana.
En buena lógica, si
todavía una lógica buena es verosímil, necesitaríamos una crítica (del
griego χρίσις que significa decisión, y
también de χρίνειν que significa juzgar, separar) que nos ayudara a saber
distinguir las voces de los ecos. Pero sabemos de memoria que nuestra
contemporaneidad es el mercado y deseamos vivir en nuestro tiempo. Nuestro
tiempo, nuestra demasiada contemporaneidad, el exceso de contemporaneidad de
nuestros días se convierte en algo… ¿Cómo describirlo?, algo parecido a un niño
hiperactivo que no pudiera parar de hacer cosas, la mayoría sin sentido,
repetitivas, sociológicas, psicológicas, tecnológicas. Compulsivas. Un crítico ha definido esta
contemporaneidad como el tiempo del
«eterno presente»[1], un
presente que lo invade todo. No es de la felicidad del momento o del gozo del carpe diem de lo que trata este continuo
presente. No parece que sea un estado de cosas liberador, más bien al
contrario. Valente, como crítico, se planteó preguntas como éstas: ¿Cómo vivir
sin ser, necesariamente, una víctima de tu tiempo? ¿Cómo reconocer la paciencia
que necesita el arte y la urgencia de la vida? Ars longa, vita brevis, comienza un aforismo de Hipócrates
difundido por Séneca, y que continúa: occasio
praeceps, experimentum periculosum, iudicium difficile. El arte es largo,
la vida breve, la ocasión huye, la prueba es peligrosa y el juicio
difícil.
La obra de Valente, erudita y humilde, consciente y
sonámbula, su poesía, su prosa, sus ensayos y sus traducciones son resinas que
fortalecen el sistema inmunitario de nuestra contemporaneidad frente a lo
prescindible y lo obsoleto, frente al continuo presente del arte o la
literatura. Leer a Valente como un ejercicio de higiene mental.
El primer
libro que leí de Valente me lo pasó un compañero de Facultad, no recuerdo bien
si fue durante el primer o el segundo curso. El libro se titulaba y se titula Mandorla, publicado en 1982 en la
diáfana colección de poesía de la editorial Cátedra. Era un libro que tenía
poco que ver con lo que yo entonces entendía por poesía, con lo que en mi
entorno se entendía por poesía. Recuerdo dos piezas en prosa de ese libro. Una
está inspirada en la pintura etrusca de una losa que cubre la tumba de un joven
en Paestum, cerca de Nápoles, es conocida como la tomba del tuffatore, la tumba del nadador, del saltador. Se trata
de la figura de un joven tirándose de cabeza al mar, haciendo un tuffo. El fragmento de Valente se
titula «Il tuffatore» y dice así:
No estamos en la superficie más que
para hacer una inspiración
profunda que nos permita regresar al fondo. Nostalgia
de las branquias.
Valente
tradujo algunos poemas de Eugenio Montale en los que aparece ese salto hacia el
fondo. «Salto e inmersión», se titula el poema de Montale en versión de Valente,
del que podemos recordar los siguientes versos que tratan del movimiento a
tientas del poeta entre la sombra de las palabras
piedad por el que alcanza o ha
alcanzado,
piedad
por quien no sabe que la nada y el todo
sólo
son velos de lo Impronunciable
piedad
por quien lo sabe, quien lo dice,
quien
lo ignora y va a tientas en la sombra
de
las palabras!
Justo antes
del fragmento dedicado a il tuffatore
hay en Mandorla una pieza múltiple titulada
Poema, compuesta por un poema y seis
fragmentos que glosan el poema. Hablan de la derrota, de la palabra, del juego,
de la adolescencia y, sobre todo, de la escritura, de qué es escribir:
Escribir es como la segregación de
las resinas; no es acto, sino lenta
formación natural. Musgo, humedad,
arcillas, limo, fenómenos
del fondo, y no del sueño o de los sueños, sino de
los barros oscuros donde las figuras de los sueños fermentan. Escribir no
es hacer, sino aposentarse, estar.
En apenas
siete líneas, Valente me había dado una clave, la contraseña para abrir su obra
y, con el tiempo, la llave maestra para abrir la poesía: la palabra que nos
conduce al fondo de la existencia y el pensamiento que concibe el hecho de
escribir como una manera de estar, de habitar. Hoy esos mismos fragmentos
tienen para mí un sentido más intenso, más peligroso. Se han convertido en mantras para tomar aire, para fortalecer el sistema inmunitario, para no ahogarme en las aguas del eterno presente. Son consignas de la revolución contra este presente, restos de todos los pasados y todos los futuros que viven en el sueño de los niños, el sueño de los que no traicionan su juventud.
[1] Massimo
Rizzante, Non siamo gli ultimi. La
letteratura tra fine dell’opera e rigenerazione umana, Milan, Effigie,
2009.