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Mostrando entradas de enero, 2013

Un ascensor hacia Lola

Mientras el profesor M ascendía en un elevador ultrarrápido al piso 54 del Grace Building, sintió un leve mareo acompañado de una instantánea pérdida de orina. Se miró la entrepierna y no encontró una mancha delatora. Se tocó  disimuladamente l a entrepiern a , como quien acaricia terciopelo, y encontró la calidez de una humedad invisible. Miró al ascensorista. Un negro musculado y vestido de chófer que acababa de quitar la vista de la bragueta de M y que ahora miraba hacia el suelo negando con la cabeza. Iban por el piso 32. M se abandonó a la desidia. No era una desidia normal, era un spleen mosntruoso, gigantesco, un cansancio que parecía venir de los tiempos en que los dinosaurios pisaban la tierra. Era una oleada descomunal de aburrimiento que había nacido como una pequeña gota de pis y que en pocos pisos, del 32 al 35, en un ascensor ultrarrápido, había inundado el ascensor, todo el Grace Building, Manhattan entera y ya iba por el hemisferio norte. En sí, est

La nada en el siglo XXI

                                                                      Mark Rothko, The Rothko Chapel (1971), Houston, Texas. Dijo “lo que pasa es que no pasa nada” y miró a María de forma oblicua e involuntaria. Sabía que ese tipo de verdades estúpidas y generales le calentaban el ánimo y más cosas. Al menos, hace cinco años, una frase de ese tipo abría un mundo de bares y madrugadas en el que las risas se mezclaban con el ligero roce de los cuerpos. Un mundo intelectual y sensual que daba sentido a la estupidez. Ahora lo que quedaba era la estupidez desnuda: “lo que pasa es que no pasa nada”, ese acontecer de la nada, la nada como diosa del momento, la nada sucediendo, ya no era más que un lugar común, una frase que desde que la pensó por primera vez, hace una década, habría sufrido una progresión exponencial que la habría desactivado como reclamo erótico y filosófico. La calma chicha metafísica, ese descubrimiento de final del siglo XX, esa encantadora fatalidad de