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Dirección única


          Únicamente quien supiera contemplar su propio pasado como un producto de la coacción y la necesidad, sería capaz de sacarle para sí el mayor provecho en cualquier situación presente. Pues lo que uno ha vivido es, en el mejor de los casos, comparable a una bella estatua que hubiera perdido todos sus miembros al ser transportada y ya sólo ofreciera ahora el valioso bloque en el que uno mismo habrá de cincelar la imagen de su propio futuro.

                                                    Walter Benjamin, Dirección única.


                                                             *


 
Poema para una noche de verano

Del roce no se saben más que ficciones,
apenas la ola se retira crece la ola siguiente.
El breve vacío entre ola y ola, el enigma del ritmo,
el tormento del tiempo, la memoria de la arena.

Por el cuerpo de Jonás cuando ya es sólo partícula,
por los cuerpos de quienes filmaron dos rostros en silencio,
se derraman las palabras líquidas del diccionario.
Hay otra versión dulce,
más compasiva con la ingeniería megalómana del tiempo:
tu piel,
donde nada se sabe y nada se ignora.


                                                                                           *




Cogito ergo sum. Quod cogito sum
Quod scribo sum. Dum scribo sum

Lawrence Sterne


         Héctor Roma escribía un poema cada año. La escritura le llevaba, más o menos, una semana a razón de unas dos horas por día. El asunto nunca se desviaba de un sólido e intrascendente repertorio de temas: lo efímero de la belleza, lo convulso del tiempo, el amor físico y los laberintos de la depresión. Una vez pulido quedaba archivado en una carpeta con cintas muy fin de siècle. Estaba en el tercer día de escritura del espécimen correspondiente al año 2024 y lo recitaba en voz baja:

Mientras duermes
mis dedos intuyen tu piel,
húmeda e incandescente.

Rozo el espacio transparente,
la frontera entre tú y el universo.
Respiro,
Intuyo el vacío y sus profetas.

Estoy muy lejos,
una hormiga puede cobijarse
entre tu piel y mi dedo.
La hormiga del sueño,
la hormiga del olvido
la hormiga de la rutina.

Con el punto final de este poema
aplastaré esa hormiga
y morirá sobre tu piel.


           Casi todos los poemas de Héctor Roma realizaban acciones. Mataban hormigas, construían guaridas, provocaban orgasmos, iluminaban la noche, torturaban insolentes. Siempre había una palabra, un sonido, una imagen o un signo de puntuación que hacía cosas. Era una antología de uso personal, un estimulador de sensaciones y recuerdos, un museo de personas, lugares y hechos que habían pasado por su vida cada año. Desde los 13 hasta sus 38. Alguna vez, después de ver de manera ritual la película de Mankiewicz  De repente el último verano, pensó hacer ediciones muy restringidas de sus poemas, para los amigos más íntimos y para quienes quería convencer de su apasionada, pero elegante, dedicación a la poesía.



                                                                                        *



Cancionero malo, sentimental y absurdo de Héctor Roma


I.

Tu voz es sabia.
Caricias para el niño oscuro,
gemidos para el gigante de luz.
Tu silencio es sabio.
Nada será,
nada fue.


II.

El roce de unos dedos desencadena la novela del mundo. Anímales sonámbulos en un mundo geométrico.


III.

Aquí me juego tu risa
y el sueño infantil sobre mi pecho.
Mi pecho joven,
y un jardín y una casa y una fuente.

Aquí todo está en juego:
el hilo del bosque,
la fantasía del lobo,
el sueño de los peces
y la humedad del sexo.

Todo en juego,
desde Cabo de Gata
a Reykjavik,
desde Tavira
a la Tierra de Siena.
Olas y luz,
luz en mis sombras.

     
 VI.

Sobre las mañanas de resaca de los pintores impresionistas, sobre sus recuerdos de las sombras mientras el desayuno espera, sobre el desnudo, la rosa y el trago, sobre la hierba y el cansancio.





In the streets of San Francisco
Gentle people with flowers
In their hairs


Así, tranquilos,
supimos que las ciudades
no prometen más que una noche,
y que los viejos caminos
siempre conducen a la puerta de siempre.



                                                        *
 

Avanzaba bajo las leyes del recuerdo:
el viento en su pelo, mi hijo en sus pensamientos,
y yo en su pelo y en sus pensamientos.
Tres edades, tres mundos, tres destinos.
El adolescente en sus miedos,
la joven en su futuro,
y yo en los miedos y el futuro.
Yo, apenas nada, nadie,
un rizo sin principio
resignado a las leyes del tiempo,
experto en piel y palabras,
perdido en la piel y las palabras.
Armonía estridente.


                                                    *



           Hace calor e intento poner en orden papeles que explican la acumulación de material en mis cajones. Las huellas de un rasgo, de una sombra, de un perfil, de un impulso, la vanitas del pasado, la virtud de las compañías.  Me encuentro con algunos poemas que me han dedicado, tres poemas que, en etapas distintas,  me han dedicado poetas derrotados. Son poemas que solo he leído el día en que recibí el libro, pero recuerdo que la lectura, con la dedicatoria, me resultaba emocionante. Al rato me distanciaba y quería saber poco de lo que decían, de la razón por la que estaban a mí dedicados.

           El primero lo escribió un poeta vasco desarraigado en Granada, un extraño hidalgo incapaz de controlar la ansiedad histórica. Un verano se fue a la guerra de los Balcanes y regresó contando su entrada en Mostar en pleno asedio. Lo recuerdo, en los primeros ochenta,  recitando poemas por la calle e intentando vender las fotocopias de sus poemas; más tarde lo recuerdo ensimismado en una discoteca; luego, desaforado, recordando su pasado pasionista. Creo que soñaba con la edad dorada de los ejércitos, con la aventura de los descubrimientos, con el peso de África, le dolía el final de la épica, le dolía de verdad. Creía en el poder utópico de la poesía. Era un poeta de verdad: casi no leía  novelas. Creo que ahora está más calmado, pero en 1996 publicó un poema titulado “El ejército de Aníbal cruza los Alpes en un grabado de mitad del XIX”, un poema dedicado a alguien del que huyo y firmado por el poeta Ignacio López de Aberasturi Arregui.

Y tú,
aprecia en lo que valen
estas horas de desidia y calor
y, animoso, persevera en tu esfuerzo
sin reparar más
en el deshabitado paisaje de la biblioteca
ni en el dolor de los años entregados.

Esa voluntad es cuanto posees.

Considera que tardes como ésta
tan dadas a la costumbre,
perdidas entre muchas,
se transformarán en la memoria
y serán un día –así lo dicen–
materia de tu orgullo,
perenne prueba de amor propio,
con las que podrás derrotar
al mismísimo olvido.




                                                                                 *



               José Luis López Bretones me dedicó un poema titulado Travesía", de su libro Ayer y mañana (2004). "Travesía" es para Miguel Gallego Roca, acogido a la engañosa paz de estos desiertos, dice la dedicatoria. Es cierto, Almería ha sido para mí una engañosa paz. Mi biografía está ligada a Granada sin muchas ganas, Las mismas ganas con las que Cernuda se considera español. Granada es una ciudad que redescubro cada cierto tiempo, es el lugar del trabajo en casa y el lugar en el que decidimos que creciera mi hijo. El desierto, Almería, es el lugar de mi vida en la calle, el de mis evoluciones y cambios, el lugar de la aventura. León, el protagonista de La modificación de Michel Butor, novela coñazo pero imprescindible que sin embargo me gusta, sufre una modificación durante el trayecto en tren entre París y Roma. Butor con una premiosidad desesperante narra en segunda persona cómo León se transforma mirando a su alrededor en el vagón. Ya quisiera yo viajar de París a Roma y vuelta cada semana. Eso sería, hubiera sido, muy chic, súper cool, tanto como hoy sería vivir entre Delhi y Doha. Yo hago Granada - Almería cada semana, desde hace dos décadas. Y he notado algunos cambios. Basta con decir que mi alma vive en un lugar del desierto de Tabernas, realmente lo siento. A veinte minutos de la Facultad entro en una pendiente arenosa, con todos los matices de gris y el marrón, o al volver, a primeras horas de la tarde, los azules y los toques rojos, el desierto de los westerns. José Luis me ha acompañado durante una época en la vida social y la noche de Almería. Hemos hablado de lo divino y de lo humano. Pero sobre todo hemos hablado de Brigitte Bardot, y de Serge Gainsburg y de su manera de pronunciar "Almería" al final de la canción "Initials B. B.". José Luis es el perfecto organizador de fiestas, el organizador de fiestas soñado. Siempre a la espera de la "fiesta definitiva", con el espíritu muy cool de los cincuenta y los sesenta, la edad dorada de las chicas con el pelo suave y la piel tostada en las últimas horas de una tarde de agosto. La modernidad chic y el encanto de occidente, Copacabana y la Riviera, la trágica intrascendencia de José Luis de Vilallonga. José Luis y sus encuentros con Arrabal o Hoellebecq, José Luis y su lealtad. Me dedicó este poema, quién sabe de qué le hablé.

Después de todo nadie nos espera
al otro lado de este absurdo laberinto,
y nadie en verdad nos acompaña
mientras cruzamos, cada vez con más fastidio,
por sus tortuosos corredores ciegos.
Cuando partimos nada fue lo que dejamos
y al término tampoco habrá ninguna recompensa.
Nadie se guiará después por nuestras huellas,
si es que acaso dejamos rastro alguno,
pues no hay motivo, ni fe que impulse nuestros pasos,
ni el ansia de alcanzar cualquier certeza.
No sé qué clima reinará ahí fuera,
pero en medio de estos cruces pedregosos
un sol eterno lo calcina todo.




                                                                          Almeriaaaaa



Re cuerdo

La prosa del cobarde contamina el pulso,
un verso tenso hace eco en la calle imaginaria,
“tú y la nada”, lentísimo.
“Tú y el universo”, allegro argentino.

Y un labio recuerda las palabras,
mitades de palabras.
Imitaciones del pez ahogado
cuando descubre el doble sentido.
Einbahnstrasse, en Moscú y en esta ciudad levítica que ya no existe,
Einbahnstrasse, de monstruo bicéfalo,
64 artes para recibir y dar al olvido
mientras los niños meriendan tornillos.
Mi querido hermano, mi testigo,
Pareces triste hundido en ese sillón estilo Nabokov.
Otros silbarían,
se afeitarían dos veces al día,
se pararían con cada viuda,
cada vecino sería un desafío,
cada padre y madre y estanquera.
Ah, el placer del recuerdo, el infierno del recuerdo que se avecina.

La ansiedad de la memoria,
como el aliento del cobarde en la trinchera,
es el cáncer de las victorias.







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