Algo de superstición debe haber en la resistencia a ser fotografiado. Algo así como el miedo que siente José Arcadio Buendía en Cien años de soledad cuando el sabio Melquiades introduce el daguerrotipo en Macondo. El pobre José Arcadio siempre tenía cara de espantado en las fotografías “porque pensaba que la gente se iba gastando poco a poco a medida que su imagen pasaba a las placas metálicas”. Yo no sé cuál es el ritmo de mi desgaste, pero si sé de memoria el largo cantabile con el que avanzan mis entradas y eso, en las fotografías, se nota. ¡Joder si se nota! Sólo consigo apaciguar la inquietud que me produce una cámara si sé que la persona que me fotografía me quiere y que, por tanto, puede llegar a ver cierta calidad y encanto en mis entradas. De modo que, consciente o inconscientemente, para mí la fotografía es un cauce expresivo vinculado a la intimidad. Cuesta trabajo concebir una intimidad sin miradas. Seguro que existe entre los ciegos , pero me cuesta trab