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Diario




17 de agosto de 2002.

          Paseo con mi hijo por el centro de Sóller. Los edificios modernistas y neogóticos de la Plaza de la Constitución, el tranvía que va a la playa, uno de los paraísos perdidos de Ana. Me la encuentro, cada vez es más amiga que esposa, y se sienta conmigo a tomar un café en la plaza. A nuestro alrededor todos son mallorquines y alemanes. Pasamos una y otra vez por las pequeñas tiendas de la calle de Sa Lluna: sobrasada, paté, ensaimadas y libros sobre la isla. Un cartel da la bienvenida a la calle: es una luna humanizada y simpática que nos sonríe. En realidad el paseo es una búsqueda dilatada, ampliada, a la búsqueda de la posibilidad de no encontrar lo que se busca. Así me enseñaron a buscar y así, disciplinadamente, con método muy sofisticado, sigo buscando ahora. Después del café busco la tienda-taller de la pintora Gisela Schrader. La conocí el día anterior en casa de mi suegro. Es grande y fuerte pero delicada. Tiene una sonrisa húmeda y ayer parecía tener ganas de hablar. Yo también tengo ganas de hablar para neutralizar la cháchara interior que no me lleva a ningún sitio. Tiene dos hijos un poco salvajes a los que trata con una paciencia infinita, por eso la conversación ha parecido un continuo aplazamiento. Estoy acosumbrado. El taller está en una perpendicular de la calle de la Luna, es un lugar muy desordenado y caótico, cosa que me inquieta pero finalmente me tranquiliza. Nos recibe como si nos estuviera esperando, es posible que ayer le dijera que me iba a pasar. En cualquier caso ella parece habernos esperado hasta el último momento, porque en seguida comenta que estaba a punto de irse. Me asombran sus esculturas en madera, aquellas en las que ha encontrado un brazo, una figura femenina recostada, un corazón, entre los nudos de los troncos, objetos encontrados, obras de arte que demuestran la aspiración figurativa de la naturaleza. Mientras yo grabo con la cámara sus obras le enseña a Miguel como trabajar con piedras blandas y él, muy atento como siempre, se fascina con la propia existencia de una piedra blanda.


                                                            Gisela Schrader, Catwalk.


                                                          *** 



 
10 de mayo de 2006.

           Muchos nombres ha tenido en la historia de Occidente. Melancolía, acidia, mal del siglo, spleen, ennui, saudade, anyorança, hastío, muermo, depresión, inadaptabilidad, disfunción emocional. Muchos más tendrá hasta que su ciclo se resuelva en la quietud o en una dimensión distinta, al margen de los tiempos y los espacios, un dimensión hecha de luz y oscuridad donde ya no habrá lugar para el presente. Una dimensión sin ojos en donde todo está ya interpretado y restituido al misterio. El sinsentido hecho dimensión.
En estos días, primavera del año 2006, siento de manera muy aguda el peligro de la follia interpretativa, de la fanatizada adicción a la verdad. Mi cabeza, en ocasiones ayudada del hashish, me está travistiendo en profeta. Bien lo sabe el espejo del ascensor con el que desciendo al mundo, también lo saben mis amigos, aunque a ellos les divierte. Para mí no es nada divertido ver como avanzan por el desierto los polvorientos ejércitos de la renuncia, sin afición por la victoria pero fatalmente destinados a ganar la batalla. Menos divertido es vigilar mientras duermo el inútil confinamiento de un mamut en la habitación pegada a mi dormitorio. Las noches se han convertido en una  atención horizontal hacia los ruidos y movimientos de este mamut, convencido, como estoy, de que si atiendo acabaré entendiendo. Lo que más me preocupa es haber podido desarrollar la risa del profeta, es decir, la risa de Kafka. Me preocupa porque esa risa no sirve para vivir, es la risa que existirá después de la risa humana, cuando todo sea de nuevo caos y sinsentido.


                                                       *** 


3 de enero de 2008.


            Me sigue asustando la palabra LUCIDEZ. Quizá porque no renuncio a la máscara, aún cuando cada vez soy más consciente de que la historia demuestra sus indignidades. Mi diario no es más que un capítulo, una pequeña adenda a la gran enciclopedia del carnaval. En este espacio íntimo todo es traidor, reaccionario o trasnochado. Cada palabra es clasificable, toda noticia es amanerada.
        Sueño con abatir el pensamiento abstracto. Sí, el problema, el gran problema es el diálogo, el olvido del adverbio griego διά, "a través", la palabra que atraviesa dos puntos, dos mundos, dos miradas, dos pieles. Un olvido que transforma todo encuentro en un enorme monstruo del λόγος, es más, en el más detestable y corrosivo monstruo de la sofisticación: el monólogo, aburrido a la par que fascinante. No el monólogo que se produce en la soledad de la tarde, o en los instantes previos al sueño. No es a ese al que condeno y califico de enemigo, sino al otro, al que se escenifica en compañía como una arquitectura abstracta.


                                                     ***


3 de febrero de 2009

          Muchos cuentos narran la historia de tres hermanos. Como aquel en que tres hermanos van sucesivamente a un castillo para rescatar a una princesa. Los dos primeros no se atreven a pisar el camino de piedras preciosas y diamantes, mientras que el tercero, que no olvida a qué va al castillo, las pisotea sin contemplación en el camino hacia su misión. O el cuento de Ruskin El rey del Río Dorado: los dos hermanos mayores acaban convertidos en piedras. Recuerdan muy bien el oro que han ido a buscar, pero olvidan la exigencia aún más antigua de dar agua al sediento.

                                                         



14 de abril de 2011.


            Siempre que empiezo a escribir, Word me ofrece la posibilidad de activar Sticky Keys. Se trata de una utilidad que consiste en que no es necesario presionar ciertas teclas a la vez, sino una después de otra. Es útil si eres manco o si temporalmente tienes un brazo inutilizado. Para mí es sencillamente una bienvenida al acantilado de la primera mayúscula. La posibilidad de activar Sticky Keys aparece en pantalla cuando presionas cinco veces seguidas la tecla “Mayúsculas”, los cinco pasos que doy antes de asomarme al borde del acantilado. Mi dedo índice de la mano izquierda golpea “Mayúsculas” cinco veces, inconscientemente, y siempre me sorprendo de la ventana que se abre en mitad de la página en blanco. Sticky Keys se ha convertido en el antídoto contra el comienzo extático, gracias a Sticky Keys no me paso horas en el círculo vicioso del comienzo, Sticky Keys me salva de presionar cientos de veces la misma tecla, de pasarme la vida quitándome una “tecla pegajosa” del índice de la mano izquierda, igual que me paso la vida con una cháchara interior pegajosa, peguntosa, rancia, inútil, cobarde, antes de asomarme al acantilado de Dover, donde sólo hay un mar inmenso y un espacio infinito repitiendo una frase sin sentido que tú interpretas como una amenaza. Allí estás tú, el príncipe pasmado.


                                                      *** 

16 de julio de 2011.


         Sólo tenía una salida en el laberinto del dolor. Había, sí, trampas, atajos, escondrijos, aplazamientos. Tenía a mi disposición todos los recursos de un macho adulto en la mitad del camino. Una prórroga, pues ya la mitad del camino, seguramente, se había sobrepasado. La puerta de salida era sólo una, sólo una, repite conmigo: sólo una. Muchas veces me había dicho que no aceptaría la única salida hasta que no se encendieran las luces rojas. Pues bien, todas las luces rojas están encendidas. Que aguantaría hasta que el momento en que seguir haciendo trampas, buscar atajos, escarbar escondrijos e inventar aplazamientos fuera demasiado doloroso, tan doloroso que fuera preferible no existir. Pues bien, ha llegado ese momento. Empiezo a ser feliz y le doy la bienvenida a la tensión alta, las transaminasas, el colesterol, las arritmias. Bienvenidas seáis a este reino de mi cuerpo.

 ***


12 de abril de 2012.


         Basta eliminar el cielo para entrar en un cielo más amplio. A la vez se abre lo único que permanece en el tiempo: el destiempo de todo. La compulsión no es más que bondad invertida, un torrente de generosidad que no encuentra salida porque no hay donde posar una mirada limpia y desinteresada. La paciencia en India es una forma de heroísmo.


13 de abril de 2012.

           El valor de los objetos en India: una mesa, un plato, un cuchillo, una taza, una botella de vino, un candado asiático. El tiempo, el paso del tiempo como capa visible de los objetos. El lujo asiático y la humildad asiática.


14 de abril de 2012.

          En India la mierda visible, concreta, es garantía de futuro. Donde no hay mierda no hay futuro. Donde la mierda es ideológica, abstracta, el porvenir es difícil. Hablar de mierda en India es bastante común, todos los occidentales comentan sus deposiciones, sus accidentes íntimos, el barroquismo intestinal. La mierda occidental es ideológica, política, administrativa, económica. La mierda abstracta de Occidente está en los tejidos neuronales, empieza a ser una información genética del occidental, lo genético confundido con lo cibernético. Ser occidental es una condición vergonzosa. Vergüenza de no ser máquina, vergüenza de no ser no occidental.  Occidente vive bajo el fantasma de un complot de los enemigos de lo humano: el mercado, el fetiche de la ciencia, la filosofía que, salvo Schopenhauer, siempre nos ha pensado como dioses caídos, la política en contra de los ciudadanos, la publicidad como sustituto de la religión, la pornografía como ocio. Saber demasiado es el destino de Occidente. Parece que este exceso de saber conduce a la perplejidad, al embotamiento, un estado en el que todo lo humano empieza a ser una fantasmagoría biológica que la ideología se encarga de difuminar. Meter al  animal en la sombra para no ver su animalidad. Ver sin ver. Creer que vemos lo que no existe y que no existe lo que vemos. Llegar a pensar que en el interior del átomo podemos encontrar un mensaje secreto, un consejo del universo para saber vivir bien. La mierda visible de la India te dice cada día que para vivir sólo necesitamos amor. El mismo amor que al final acabarán descubriendo en el interior del interior del interior del átomo. 


15 de abril de 2012.

            Hay caminos hacia el amor. Delhi-Agra, cinco horas en coche. A los lados de la carretera puedes ver formas de la humanidad elemental: miradas, piel, miseria inconcebible, biología humana visible. La especie moviéndonos a compasión, duro aprendizaje de  la impotencia, del gigantesco proyecto de liberar a los humanos de toda miseria. Un camino saturado de compasión para llegar al mayor monumento del amor, el amor principesco y lujoso. El brindis a los siglos futuros de un rico enamorado. El amor de Saha por Mumtaz Mahal, su tercera esposa, la única que le dio hijos y que murió después del decimocuarto parto a la edad de 39 años. Todo el resto es blanco sobre cielo azul.

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