En la primera casa que consideré
mía instalé una estantería justo encima
de la cisterna del retrete. Cuatro baldas con casi todos los géneros: poesía,
novela, ensayo, teatro (tragedias y comedias), libros de viajes y
autobiografías. Más o menos puedo recordar, con bastante exactitud, los títulos
más destacados de ese secuestro libresco destinado a la intimidad de mi cuerpo.
Sé que estaban Los cantos de Maldoror y las poesías completas de Góngora; La montaña mágica y El Guzmán de Alfarache; los fragmentos de Ese maldito yo de Cioran y El
ensayo sobre el cansancio de Peter Handke; cuatro tragedias de Eurípides y Cuatro corazones con freno y marcha atrás de
Jardiel; el primer tomo de las memorias de José Luis de Vilallonga y En Patagonia, de mi querido Bruce
Chatwin. También había algunos castigos, libros o autores, que no leía en el
baño, a los que condenaba a pasar un tiempo de intimidad conmigo, in interiore homine, mientras me aseaba o leía sentado y pensativo,
concentrado en las funciones fisiológicas de mi cuerpo: allí estaban, en las
galeras de mis aseos, algunas ediciones de Austral de Ortega, la Gramática histórica de Pidal o la Teoría de la literatura de García
Berrio. También tenía diccionarios, del francés, del alemán, del árabe por si
acaso. Y un atlas, un atlas minúsculo y precioso de la editorial Aguilar.
Sé que ahora la gente se lleva el
móvil al baño. Pero no están lejos los tiempos en que los periódicos, las
revistas y los libros nos acompañaban en las deposiciones, ofreciéndonos
momentos de reflexión, iluminación, compañía y aprendizaje. La vida de familia o de pareja ofrece estos
breves momentos, de aislamiento e intimidad con uno mismo, que pueden ser
preciosos para mantener un equilibrio físico y psíquico. Siempre he pensado que
una buena regla para la durabilidad de una pareja, o para una sana y
estimulante convivencia familiar, sería que cada individuo tuviera su propio
cuarto de baño, y allí su pequeña biblioteca de urgencia. Ahí, en ese espacio y en esos momentos, se
pueden producir revelaciones muy significativas y cruciales para nuestras
vidas. Una decisión meditada, un párrafo o una palabra leída en el momento
justo, inmediatamente después del alivio, pueden convertirse en una verdadera epifanía
que ilumine el resto de la semana. Bien lo supo Lutero que estreñido pasaba
largas horas sentado en la posición de El
pensador de Rodin. Así llegó a concebir la justificación por la fe dando
origen a un movimiento espiritual, renovador y reformista, que tenía su base en
la concentración, in interiore homine,
en espiritualidad interior que tiene su base en nuestro cuerpo mortal e imperfecto. O perfecto, según se mire:
depende si nuestros intestinos funcionan o no como un reloj.
El baño como lugar de recogimiento
e iluminación. Nada que ver con el uso que le dio aquel diplomático turco, Khalil-Bay,
al que Coubert regaló su cuadro El origen
del mundo. El primer poseedor del mítico cuadro concebía el baño de una
manera adolescente y masturbatoria: le construyó al cuadro un lujoso altar en su
cuarto de baño privado. Prácticamente le puso un piso. Aunque bien pensado, tampoco es mal lugar el
baño para alguna lámina o grabado. En el baño donde instalé mi pequeña
biblioteca yo tenía dos pequeños grabados: uno del XIX, con el busto de un
almirante de la armada inglesa, y un pequeño grabado, de un autor local y
contemporáneo, con los trazos de un columpio en un parque.
Lo que sí os puedo asegurar, tengo testigos, es que La montaña mágica la
leí íntegramente en la posición de El
pensador. Tardé un año, mes arriba, mes abajo. En ese tiempo sospecho que
mi mujer pensaba que mis encierros respondían a otros intereses más cercanos a
los del diplomático turco. En los
capítulos en francés me ayudaba de un diccionario bilingüe. Recuerdo el capítulo
en que suena en el fonógrafo El tilo de
Schubert, la melancolía que transmite el trémolo sostenido del tenor al cantar una
frase del lied: «Aquí encontrarás reposo…»
Auden dedicó un bello poema a
esos momentos, a ese lugar de la casa, «The Geography of the House», un
poema dedicado a Christopher Isherwood y que empieza así:
Seated after breakfast
In this White-tiled
cabin
Arabs call the House
where
Everybody goes,
Even melancholics
Raise a cheer to Mrs.
Nature for the primal
Pleasures She bestows.
[Sentados tras desayunar
en esta cabina alicatada
que muchos árabes llaman
La casa a la que todos van
incluso los deprimidos
elevan hurras a la Señora
Naturaleza por los primarios
placeres que concede.]